Aquí va nada.
Perdóname, padre porque nunca supe ver el valor de tu fibra moral.
Perdóname por no perseguir la música hasta el fondo en que lo hiciste tú, o por no compartir más notas, tempos e improvisaciones contigo; siempre tuve miedo de aceptar tu invitación para subirme al barco de los monstruos. Perdóname aún más porque ese miedo permanece, aunque las anclas no se hayan elevado todavía.
Perdóname, papá, por no haber entendido a tiempo el papel de conciliador que cargaste siempre sobre el lomo.
Perdóname, papá, si al escribir ésto nos exhibo, sé que nunca perseguiste luces de proscenio, excepto, pues, cuando llenabas una sala plagada de almas sonoras, que al resonar junto a tus dedos de demiurgo, pudieron apreciar mejor lo que yo admiraba tanto en ti.
Perdón por perseguir tus pasos incorrectos, repetir patrones evidentes que no eran adecuados para ti, para ninguno de los dos.
Perdóname, papá, por la impaciencia que te tuve a veces, por no saber leer las lecciones escritas en el enorme pergamino de tu calma.
Perdóname porque, a diferencia del tuyo, mi oído es obsoleto y no absoluto. Escuchar atentamente es algo que sólo a ti te he visto hacer, mas no logro replicar al cien.
Perdón, padre mío, porque a veces omito las miradas que me enseñaste a no omitir. Ver con verdades es para el dogmático prolífero. Ver el fondo de las cosas es tarea el diplomático aferrado.
Perdóname papá, pero me has heredado un groove difícil, muy insanamente difícil de sacudir. La gloria, supongo, yace en donde el metrónomo se entronca con mi corazón de síncopa.
Perdóname, papá, por no aprender a amar como lo hacías tú. Sé que lo intentaste, que la transmisión de tus mensajes fue siempre clara, que en tus diálogos silentes hubieron muchas enseñanzas, que de los peores ejemplos has sido siempre el mejor; perdóname pues, por no ser el ninja estoico que fuiste siempre tú.
Perdóname, papá, porque, al notar que no debo seguir tus pasos, siento que traiciono a tu eterna sabiduría, a los castillos de diamantes que había construido con esa imagen bárbara y tan tuya de ti.
Lo siento, papá, por no haber expresado más abiertamente todo ésto cuando aún estabas. Perdóname por pensar que librabas la estancia en el hospital, porque, aunque hablamos y cerramos cosas, no me abrí lo suficiente antes de que eligieras mudarte a hacia otra forma de existir.
Perdóname, papá, porque ésta lista de perdones quizás me sirve mucho más a mí que a ti.
Perdóname, papádre, porque de todas las tremendas cosas que pude haberte heredado, sólo supe entender los juegos de palabras: las pasas que cosan en la vida y éstas operas de formar que de ves en siempre me encueran el chino.
Perdóname, papá, por comprender tan a fondo tus inmanentes ocultismos. Perdóname por no responder cuando te comunicas, he estado distraído en nimiedades (y, dicho sea entre paréntesis: a la vez me aterra la aceptación de lo que sé que adviertes).
Perdóname, papá, por utilizar tu mote como carnada digital, pero en tiempos del hambre, de denuncia y crecimiento, cualquier clic es trinchera.
Perdóname, padre, porque sé que era un anhelo tuyo, en el futuro no había nada de lo que para mí deseabas.
Perdóname, padre, por ser el anarquista de la manada, pero debemos ambos admitirnos que ésta actitud de inadaptado eterno, es estafeta que tus notas y canciones me heredaron. Gracias a la vez.
Perdóname, papá, porque de todas las cosas positivas y mágicas que aquí se han enunciado, de otras que se manifiestan en mis textos como víboras, fantasmas y estrafalarios acontecimientos, jamás pude agradecértelas en persona.
Perdóname, papá, por escribirte éstas cosas tan tarde, cuando el tiempo ya se había agotado, cuando ya no estás para leerlas o escucharlas en presencia terrenal (o terráquea, como seguro hubieras preferido escuchar).
Perdóname, padre, por deformar mi gusto musical hacia el metal. Sé que el funk es influencia intravenosa que aplicaste en mí, pero el metal me hace vibrar como pocos detalles de vida. El metal es el ancla restante que me evita una vida en el naufragio. Lo siento.
Perdóname, papá, porque, como (tú sí), podrás notar, hice de la palabra mi tipo de cambio; perdóname por elegir el verso en lugar de la triada, por volcarme hacia el capítulo y no hacia el movimiento, por contar los clímax de manera burda, cruda y ruda, en lugar de ocultarlos en capas de acordes y músicas bellas y bailables. En verdad lo lamento por mí mismo, pero nunca he entendido cómo hacerlo.
Perdóname, papá, porque éstos párrafos se hacen cada vez más largos y —quizás—, contienen menos cada vez, pero entiende que hoy, como hacía cuando estabas vivo, quise apoyarme en tu hombro un poco, porque, en ocasiones, la vida es compleja, dolorosa, incierta y… consecuentemente difícil para un alma comprensiva como ésta que heredé de ti. Sé muy bien que entiendes lo que digo acá, porque el reconocimiento en sensibilidades, es sustancia ineludible del aire que ambos respiramos en (y por, y para y con), los genes.
Perdóname, papá, porque mi mente juega juegos raros, de reglas indeterminadas, pero determinantes también.
Perdóname porque nunca supe manejar las estrategias que pueden nacer de la vulnerabilidad, de las fragilidades, de las excomulgaciones a las que puede uno pretender aproximarse desde la oblicuidad moral.
Hablando de moral: perdóname por ser tan crítico de la hemiplejía moral de la otredad, me es complejo lidiar con balagardos que no hablan desde sus verdades, sean éstas falsedades inventadas o fabricadas por su atmósfera. Me disculpo contigo porque sé que aborrecías ésto de mí, pero si algo has de saber, ahora que no puedes escuchar, es que considero que todos habitamos la verdad en que éste mundo nos orilla a orbitar, pero que poco tiene que ver con la verdad verdad.
Perdóname, papá, por seguir escribiendo y escribiendo, cual si no existiera tiempo y vida para otras cosas, sin saberme despedir o darle un cierre a éste texto que se hace ya pesado de algún modo, quiero suponer.
Perdóname, papá, porque hoy fuiste sujeto de ésta improvisación, por usar tu prevalencia como un puente sanador.
Perdóname, papá, porque quizás, a través de éstas palabras estoy terminando de decirte adiós, comenzando a soltarme de tus manos, de tus notas que me envuelven cuando camino y mientras ando, de la enorme enseñanza, señor y maestro, Amo pedagogo del amor.
Perdóname, papá, porque hasta ahora te estoy dando las gracias de verdad.
Perdóname, papá, por entender tan tarde tus sugerencias respecto a la docilidad y la inocencia. Hoy las entiendo menos que antes, pero empatizo en profundidad con la intención de protegerme, y lo agradezco profundamente.
Perdóname, papá, por no saber cómo terminar éste texto.
Perdóname, papá, por todo y nada.
Perdóname, papá.
Oooffffffff. Right on my Jorgito.
Sin palabras, sentí cada línea. Abrazo.