Fui a la frontera (de mí mismo) y del país. Parte 2.
Bienvencidos de vuelta a (Dicho sea entre paréntesis).
“Oooookey” -suspira profundo-, “ahí les voy, pues”.
Pero… ¡primero!
Quiero agradecer enormemente su presencia en éste foro. Desde que decidí retomar las riendas de éstas parentéticas ideas que me orbitan, todo ha sido un crecer de comunidad y flores y vítores para mis palabras. Gracias, nenés. Y gracias también por el amor que le dan a mis fotos. Ellas también los aman mucho.
Dicho desde fuera del paréntesis, y dentro de todo filamento de sinceridad, que entreteje a ésta parcela de campo cuántico que me tocó transitar, no esperaba triplicar el número de suscriptores (somos pocos aún, no se azoten), en sólo dos posts.
Me gustaría alentarlos a seguir así, pero si están leyendo ésto es porque ya están acá de tiempo atrás, gg.
Los aliento, en ésta ocasión, a picar el siguiente botón y…
Así pues, tras dejarles esa foto de un yo feliz, quiero continuar éstas anécdotas turísticas a través de la práctica de una forma más pro, más “a las de acá” -dijera el Rossell-; un tipo de pluma que, matter of the facto, practico mucho, desde hace años y años y años y a…sí… pero que poco he puesto acá afuera en el mundo, sea por miedo de aburrirlos, o -parafraseando a Sapolsky-, porque la libre albedría no eggziste y las cosas que acontecen son sólo sucesiones histórico-histéricas de lo que todas veces fuimos y cómo, la suma de ellas, configura nuestros espacios biológicos, que a su vez componen, (Dicho sea entre paréntesis: así bien bonitos y perfectos sincrónicos y sintomáticos, sinérgicos, simbióticos o, más termodinámico, bonito y precisito: entrópicos y neguentrópicos), lo que hoy somos y lo que creemos que creemos decidir.
Hermosa es la certidumbre de lo incierto.
(Y qué fea palabra es “certidumbre”, ¿no? jiji)
Ok.
Me gustaría mucho continuar haciendo chistes malos, diciendo payasadas, para imaginarme sus caritas de humanitxs, con sonrisonas que dibujan los poderes telepáticos de mi plumífera-medium, pero éstos temas que hablaremos acá son muy-muy-very serios.
Sin más, vamos a establecer un ambiente adecuado…
Primero necesito que te pongas cómodx:
Elegí bien tu postura y hacete de lado todas tus boludeces.
Haz conciencia de lo que tengas a la mano; acaricia con cariño la cobija que te envuelve, pasea esos deditos por el ciertopelo azul en el brazo del sillón tapizado, mira por la ventana un segundo y -al dejarte envolver por la vista de esa jacaranda llena de abejitas, nubes afelpaditas en el fondo, y esas ardillas albinas que te juzgan desde lo alto- inspíralo todo, así como ello te inspira a ti con toda su ternura… déjate abrazar por ella y trasciende hasta tu plano de bondad.
¿No es maravilloso éste méndigo milagro de estar vivo?
Una vez que hayas llegado a ese punto, ese en el que reconozcas que si estás leyendo ésto eres uno de los millones de privilegiados, de esos que nos podemos autodenominar como “los favoritos de dios”, haz clic acá y quédate en calma un momento, mientras desechas todos esos pensamientos que te embarguen hoy.
Ahora, dale una calada a ese cigarro imaginario, que te va a llenar de vida los pulmones, y echa el residuo de tus emociones hacia el cielo, donde probablemente irá a unificarse en una colosal espiral de doble hélice, llamada conciencia colectiva, mejor conocida hoy día como “la nube”.
Mira a tus ideas irse, tus cansancios esfumándose a la luz de las farolas, todo en tu materia se transforma cada día que pasa. Ahora, pregúntale al espejo de la noche:
¿Qué haces con tu tiempo?
Hecho ésto, mira un poco tus manos, el contorno de tus dedos, las líneas que delimitan las diversas zonas de tus palmas. Luego vuelve al texto como una individualidad transformada, fresquecita, quizás conociéndote un poco mejor.
(Dicho sea entre paréntesis: ¿qué tanto tiempo y “mirares” de calidad nos tomamos al día para observarnos con detenimiento, más allá del hedonismo de una selfie, el espejo o un pequeño charco en el pavimento hundido?)
Relájate y guarda tu energía: créeme, la vas a necesitar más adelante. ;)
Ahora sí. A leer.
Ciudad Juárez: cúmulo alfa.
Éste pequeño ensayo, cuyo título temporal ha sido elegido a razón de apelar por la ambigüedad y la anarquía irrefutable con la que se estructuran los cimientos de ésta idea. El texto refiere a las sensaciones y emociones que me envolvieron previo, durante y posterior a la visita a una de las locaciones que he encontrado más complejas, en éste país en el que habito.
Ubicado al norte del territorio mexicano, Ciudad Juárez, Chihuahua, es uno de los nodos más activos de las crisis migratorias en el continente americano. Con cientos de migrantes llegando a la ciudad anualmente, Juárez recibe a personas que vienen desde sitios lejanos, habitando los espacios de transición desde situaciones en extremo desafiantes para la vida y también con la otredad. Una gran parte de las personas migrantes, se desplazan a través de las rutas migratorias, huyendo de contextos que les orillan a dejar atrás sus hogares, o esos sitios donde jamás han podido construir un hogar debido a los entornos violentos, tan complejos, y a veces, incluso, inhabitables debido a circunstancias climáticas o de salud.
Partiendo desde la visibilización de lo anterior, en una visión completamente externa y desde un enorme privilegio concientizado, las preguntas que quise responder durante mi visita resultaban profundas:
¿Qué tan presente está la migración dentro del entramado natural de ésta ciudad limítrofe?
¿Cómo ésto afecta (o no), a las dinámicas sociales en el sitio?
¿En qué culminaría la significación personal de un tema así, al culminar unas semanas de marinado ideológico, tras a ésta visita?
Debo enunciar que, aunque éstas preguntas parecieran parte de un plan, la realidad es que el viaje, dentro de mí, no tuvo una previa estructura inteligible en tanto a lo intelectual. Distraído por los estados emocionales que me embargaban al momento, no tuve la presteza de pensar con detenimiento a dónde viajaba, más allá de los intereses personales y familiares que en ello se imprimían. Todo eso cambió en el momento en que tuve la oportunidad de recorrer el sitio, en cuanto abrí su paso al grifo del tiempo.
Aclaración de temas.
Como es de pensarse en un ensayo de corte ligeramente más serio, los temas -cortos o extensos- que durante la ejecución de éste texto se puedan gestar, recomiéndase de no ser tomados como un ápice, índice, indicador o reporte de ninguna manera; los reportajes les pertenecen a las plumas que así desean vaciarse: aquellas que narran la verdad de otros, que cuentan historias a través de números y datos sólidos, de sucesos que se cuentan sólo en la permanencia, en la presencia, pero que también se narran desde la verdad individual.
En un caso como éste, el verbo ensayar sostiene una precarización de sus límites que, con cierta elocuencia, se muestran delineados por el muro de sus propias fronteras lingüísticas y que, como toda línea que nos imaginemos, es muy fácil de borrar, si a eso se aspira. Quiero, frente a los ojos del lector, dejar en claro que los temas aquí tratados son la consecuencia de un proceso emocional en apariencia culminado, escalonado y de crecientes magnitudes.
Es, a consecuencia de lo anterior que, explícitamente, insto al lector a la inmersión en el desarrollo de ésta idea, actuando como un mero observador, exentándose las ideas aquí plasmadas, de formalidad alguna -con la salvedad de su forma- apelando, así, por un método de reporte, mayormente anclado a lo sensorial, que, aunque no es menos importante, pudiere -sin existir éste aviso-, generar confusiones referentes al corte de éste texto.
Aclarado ésto, procederé por responder a las preguntas fundamentales que inicialmente el fenómeno textual ensayístico está trayendo a su estado natural de existencia: una incertidumbre Heisenbergiana, en donde conocemos nuestro momento, o empuje, pero poco sabemos sobre nuestra postura hasta ahora y de la que, finalmente (y deseosos de ello), sabremos menos, al colocar el punto final.
Añadiéndome a lo anterior mencionado, y en la imperativa de construir un puente entre las formas de ésta publicación, procederé a combinar la narrativa, la crónica (con todos sus raccontos y asincronías), y la formalidad del ensayo como la mezcla más precisa e íntima de dirigirme al lector.
Segunda parte de la visita: un estado binaural.
La presencia de Ciudad Juárez, como entidad, me encaminó desde su inicio hacia una visión maniquea: por un lado el clima hosco y el estado árido de las cosas; daba la impresión de ser un escampado enorme (figúrese después si el de una tormenta, o el territorio vacío que predomina en las grandes extensiones territoriales), por el otro, la aglomeración y la vida expresiva, la grandilocuencia con que el sitio se impuso desde mi llegada. En este sentido, la mayoría de las ciudades que he conocido son presas de una hiper visible escisión y, aunque en términos más generales, México como el ente religioso que es, podría ser calificado de cismático más que de escicivo, la importancia de los contrapuntos culturales es una brecha llena de cuevas que, exploradas o inhóspitas aún, denotan con amplitud visibilizadora, los profundos sistemas que nos caracterizan en tanto a la esfera de la emoción-nación.
¿Cuál es el origen de nuestros estados de segregación?
Constelar la realidad de un lugar como Ciudad Juárez, en un período de tiempo tan corto de tiempo me resulta imposible -menos aún, exento de una inmersión más profunda en las comunidades que la habitan, entre los seres que la sostienen viva-, me resultaría, inclusive, una irresponsabilidad. En cambio, lo que sí puedo argumentar, desde el sesgo de mi predilección y circunstancia, es un hecho de simple observación: a pesar de haber uno, dos o tres, Juárez distintos, (el de los migrantes y lxs violentadxs, el de sus ciudadanos de a pie, que viven bajo el brazo extenso de su circunstancia, y que de él alimentan sus expresividades; está, también, el de extrema similitud con cualquier lugar del mundo: la tierra donde éstos problemas no existen, o acontecen de una manera un tanto ajena para las personas que, lejanas de todo, de sí mismos, quizás de su propia humanidad, se eximen de toda opinión, culpa o empatía). Pero existe un elemento que unifica a sus diversas esferas y que desdibuja las líneas de, lo que en otros lugares, se torna en límites marcados y devenires menos críticos, pero igual de importantes y que, en el caso de ésta ciudad Chihuahuense, se manifiesta en un portento de lo inhumano, de las vilezas históricas de nuestra especie, de las erradas cartografías humanas y sus manifiestos más puristas:
El muro que divide el paso entre los Estados Unidos y México, específicamente el flujo entre Ciudad Juárez y El Paso, Texas es, al tiempo, una instancia que dicta, que impone dinámicas a quienes habitan de un lado y del otro del muro, pero también, en sus manifestaciones de ternura, es un ápice de convergencia artística y conceptual, de abstracciones que permean a una parte de la ciudad y, de cuyas síntesis, obtengo la vitalidad para escribir sobre éste sitio.
Es curioso pensar en el hecho de hablar de ésto en éste ensayo, ya que en realidad no hubo una oportunidad para acercarme al muro, más sí a un punto específico de la frontera, que puede ser descrito, de manera más precisa, así:
Iba en busca del Anexo Centenario…
…que me pareció un nombre un tanto gracioso para un bar.
“Voy al anexo, no me esperen…”
En éste sitio veríamos tocar a dos agrupaciones excelentes: Eskeletto Púrpura y Diles que no me maten.
Aunque no sabría describir el género al que pertenecen éstas bandas -si acaso eso pretendieran-, me atrevería a decir que es uno de los espectáculos más llenos de vida que he visto en los últimos años.
Eskeletto Púrpura es música que pone de buenas, con colores deliciosos, tonos totalmente disfrutables. Su música me causó mucha alegría, y, dicha sea la verdad, sus matices son impresionantes, merecen toda la atención que quepa en los oídos. Su guitarrista, (evidentemente forjado en los callejones humeantes del jazz ) por la guitarra que llevaba, a qué altura tenía el thali, por el sonido y la actitud), parecía desencajar un poco con el resto de la alegre banda, pero en defensa de su estilo, el tipo tenía un conocimiento vasto de armonía moderna y lo sabía usar muy bien.
Le dejo puntos extra al señorsín del saxofón, que se rifó a sacar un solo hiper complejo de Gustavo Cerati, nota por nota y… vamos… esas transcripciones de instrumento a instrumento (si es que en algún punto su oído y el papel copularon), pues… toman mucho tiempo, demasiado esfuerzo: son cosa de admirable determinación. Bravísimo.
Por otro lado, Diles que no me maten es poesía musicalizada, con toques repentinos de rock progresivo muy soft, con arreglos muy complicados, muy matemáticos, recordándome un poco a ésta nueva ola de Math Rock, pero sin perder la esencia poética y bonita de sus piezas.
Todo, absolutamente todo, es compuesto a manera de matizar dinámicas que sólo los músicos reconocemos, pero que resuenan siempre en los corazones del escucha muggle, (o no músico, para los que no le saben al jarripoter), sin saber qué es realmente lo que escucha y que en ello existe un por qué, que generalmente alimenta, no sólo la técnica de la composición, o su derroche cuando se ejecutan cosas así en un escenario, sino una arquitectura emocional, en el que se cimienta la esencia misma de la música -así en el deber ser al menos-
Una de las muchas magias de la música, es que el Groove y el Feeling no existen, sólo es que hay técnicas que hacen parecer que existen.
Paradojas bonitas las que me trajo a la memoria escuchar la música tan vibrante de éstos chicos.
Kudos al vocal por tomarse ese papel tan en serio y recitar tan chido sus textos.
Después de la hipnosis a la que me llevaron éstas mágicas bandas, se acabó la tocada y todos salimos del sitio de manera rauda, automática. No entendí por qué.
Por un momento sentí que las personas que trabajaban en el Anexo (ja), nos apresuraban a salir de ahí (todo lo opuesto al anexo de devis), nos echaban… como si hubiera algo que temer (?), como si en la noche tardía convergieran ciertas malevolencias naturales, que yo desconocía y que, muy seguramente, no estaba imaginando ni de cerca. Nunca supe.
Salimos pues, a la calle a esperar un poco.
Yo no estoy seguro si esto es un recuerdo fabricado (porque esas cosas le pasan a los cerebros más a menudo de lo que se piensa), pero sé que ese mínimo transcurso en el que dejamos atrás el retrogusto delicioso que imprimió la música en el paladar del alma, se me transformó por dentro en una ligerísima angustia, de esas que te dan cuando eres un loco de la observación y te forjaste, más que en casa, explorando las calles y sus dolores.
Ante mí, las avenidas se tornaron en senderos obscuros, las personas que pasaban por los lados eran cuervos de ojos como abismos Nietzscheanos. En las ventanas de las casas, en las puertas de los oxxos, vi halcones con picos como cuchillas, que laceraban con destellos filosos a mis pupilas negras, que llenaban el piso de petróleo interno con crecientes cascadas que encharcaban todo para dejar ver el reflejo al interior de mis párpados, que ya giraban como espirales de terrores infinitos, desde donde ruidosas cigarras taladraban mis oídos. En los bordes de las cuencas de mis ojos, que se habían forjado en la implosión noctámbula que teje a la antimateria, y descompone sueños húmedos de tonos carmesí. Las visiones frenéticas continuaron.
En la esquina del bar, el metal de las vías del tren invitaba a la luz a pasearse como un par de serpientes desubicadas, que anda siempre en líneas paralelas: invitación portentosa hacia una cueva con vistas de fauces de oso, con muros internos plagados de barras y estrellas, pintadas artesanamente con la sangre y huesos de quien alcanza la cueva a través de esas vías, de quien es devorado por ella, sólo para escuchar los cañonazos por las noches y, por las mañanas, presenciar fusilamientos a mano propia; una cueva de cadenas y grilletes, una geografía obscura, de yugo aprisionado, pero, al final, un lugar al que los otros van porque, en sus propias cuevas más al sur, los desastres son tan impensables, los animales tan crueles y las almas tan apenadas, que ésta cueva-fauce, con todo y esos afilados colmillos, es un lugar plagado de promesas para el resto de sus días, un sitio en que el riesgo de terminar como pintura de muro es menos alto que el que se ha vivido en casa.
A lo lejos se escuchaba la marcha lenta del tren que ya se acercaba. El golpeteo constante me sacó del trance en el que me encontraba paralizado. Respiré hondo y volví a la tierra, amoroso lugar en donde se viven los terrores reales. :)
Recuerdo haber dado una última calada a un cigarro, antes de comenzar a caminar a lo largo de la vía en dirección al auto.
Cerca del paso en las vías del tren, pude observar cómo los oficiales de la guardia nacional, en conjunto con otros oficiales, o milicias que no logré reconocer, recorren los vagones del tren, que se detiene exactamente antes de cruzar la frontera para ser revisado.
Con lámparas en mano, los oficiales escalan a lo alto de cada uno de los vagones y, con actitudes de un canino entrenado para encontrar y oler, husmean entre las rendijas de cada de cada carga.
En contraste, a sólo una calle de distancia…
…al otro lado de la vía, la vida nocturna juareña acontecía, normalizada, en su centro, oscilando como un péndulo la embriaguez de sus bares, el olor a viejo de sus edificios, los corridos retumbando entre paredes agrietadas, el humo y la basura… esa interminable fila de vehículos que aguardan en el tráfico, sea por pasar el puente al otro lado.
Éstas filas, que para algunos son necesidades de lo cotidiano, las personas esperando, en ocasiones quizás durante horas…
…mientras, muy cerca de ellos, pero en una circunstancia completamente diferente, escondidos dentro de cajas, paja, ropas, utensilios o peligrosos químicos, probablemente en condiciones deplorables, y tras haber atravesado un país entero, cuyo costo de asilo migratorio en tránsito, es la violencia en sus múltiples presentaciones, se encuentra una familia de tres que ha logrado liberar la tragedia mexicana y se encuentra sólo a unos metros de lograr llegar a su destino último, los Estados Unidos.
Éstos minutos son los últimos del recorrido…
…que para ellos ha durado meses, quizás incluso años. El tren detiene su marcha frente al paso. Las vías metálicas charolean con la luz de las lámparas de mano y, desde afuera, ya las voces de los guardias nacionales se intensifican.
La nena, en brazos de su madre, puede sentir en sus manitas, una vez más, el nervio de acero de su progenitora, golpeando severo dentro de la piel. Los dedos de Flor se entierran en la espalda a su mami.
El padre, defensor durante el largo camino, exhausto, mira en dirección al cielo, haciendo válido, más que nunca, la enorme rebanada de fe que su dios le ha servido:
En éste último momento, ésta familia necesita más a dios que nadie en ésta tierra.
La madre, defensora, siente a sus garras afilándose bajo su manga larga: no pueden dejarse atrapar tan fácilmente, no habiendo llegado hasta éste punto de su travesía. Afuera, los guardias suben la escalera del vagón contiguo.
La familia respira despacio, la tensión crece.
Con la luna como testigo inocuo en lo alto del vagón, el latido de sus corazones se unifica en un tambor espeluznante.
Continuará…
(Dicho sea entre paréntesis:
Gracias. Es eterno éste honor).
Spiral Out.
Opo.