Fui a la frontera (de mí mismo) y del país. Parte 4: el desierto.
Bienvendidos de vuelta a (Dicho sea entre paréntesis).
Escuché al motor del auto encenderse. En el canto de un bote de basura azul, una hormiga se debatía con una migaja de pan que le triplicaba el tamaño. La vibración del motor me hizo perderla de vista y me distraje cuando, al comenzar a avanzar y alcanzar la carretera, la música que se reproducía me llevó a memorias de incertidumbres pasadas, recuerdos que había enterrado en mis desiertos floreados hacía algún tiempo ya.
Decidí colocarme los audífonos y reproducir las estridencias que me ayudan a exprimirle las palabras de mi psique.
La carretera: plana, sin curvas, un trecho largo, inmóvil como mis recuerdos.
A los lados el desierto.
Cuán vasto.
La huella hueca que dejó el paso del tiempo en ésta vastedad de arena, las marcas del agua aún visibles en sus desolados valles, esos muros rojizos y corrugados que se construyeron solos —¿o acompañados?—, por sus picos y deshielos, sus derrotas cíclicas.
En mi cabeza una imagen:
El flujo de un enorme río de lava. En la sonoridad del fondo, Allen Ginsberg recitando su afamado Howl —pienso en la hormiga el borde del abismo, de pie sobre el pretil del gran muro que le brinda cosas necesarias para subsistir, pero la orilla a una pesada escalada, y a un descenso aún peor—.
Otra imagen de ese yo adolescente, tan Ginsberguiano, tan S. Thompsonista, o Kerouakiano, tan desértico y acorralado, tan confinado en los laberintos sin muros de su mente, perdido entre sus imágenes tan recurrentes.
Se antojan 10 cigarros a la vez.
El humo imaginario que construye caras con sus sombras, su flujo lento hacia lo alto, los murciélagos que chillan, que no se van.
Las cuevas inhabitables, las memorias que se olvidan por obligación y, en mis piernas…la libreta, —siempre la libreta—, palpitando por otra aventura beatnik, sedienta de la sangre derramada en las esquinas putrefactas de los bares, surtiendo efectos azarosos entrepiérnicos y bajosábanos. El ojo de la aguja.
Y ahí, en el auto, mirándolo a todo pasar sobre la ventana, con un Ginsberg retumbando en la cabeza:
Mi pluma transformándose en magneto.
Cual si fuese un Jedi la atraigo hacia mí con la fuerza que me resta. Estoy cansado.
En mi regazo las páginas en blanco guiñándome ambos ojos a la vez. Reconozco el patrón en clave Morse.
Y ahí, la pluma en estado de chorreo, se yergue fálica, me incita.
En mi radio interno acaba Howl y la audiencia aplaude.
Las llantas vibran bajo mis pies mientras me arrullan, meciéndome hacia un sitio nuevo y, en la lejanía del alma, retumban dos palabras, tres palabras, cuatro palabras:
Deja ir a Ginsberg.
Y lo dejo ir fácil porque no conozco más de él.
Y mi pluma, burlona, me pregunta si en el límite entre ella y yo también existe un muro y, sin responder, me arrebata las palabras, me exprime las manos que ya sangran, emulando a risotadas a un tan póstumo Ginsberg.
Y me desconecto de la tierra, de los todos y las nadas.
Se enciende el foco de mi frente: alrededor la obscuridad y, como una película en la que Hunter Thompson no escribió jamás, comienza una extraña música:
Ominosidad y etéreas risas en el fondo se transforman en poemas, en idioma oiginariamente beatnik —sólo así se existe en ese término—, y las suelto y dejo que se vayan para no volver. Y ahora las comparto para que no vuelvan; mejor que vayan y se pesquen de tus ojos, que en los míos apremia Un sueño, y no las quiero más aquí.
Ten. Te las regalo:
Angst. Dwelling & Layering over 16th notes generations staring into voids of windowless pain idioms landing over strips of tease, an ambience so distilled of the moronic prowess, at the edge of feel, start the march over the absurdity of god's incline: his 12-step year the 12-month program our 12 celestial bodies precessing off the brutish foul faultless fault and the meaning's close enough to a horrific precision, to a point of... No! Return! ...and it's 5/8 quarters of a 1/4 note of synth-materialized for their specific melodies arranged by other-non creators of times and polythymes, these violently pleased directors who leave estranged the manly fact of cornucopia and the urgency to leave vacant horizons over limitless flaws and ripples of times that aren't anymore flammable than others' will to pay for hairless stressed-out nonexistences that had not escaped the roar of animal secretions. P-S-I and multiples & rubber bands and P-S-I release the pressure now. Under nests of snakes with whom we're chewing flames to turn our forests into deserts where the beasts they feast for the first time at a time where there were still no times but only empty hopes in flourishable spaces that came to be the seed of massive hollow grained and golden traces where the sun and all its dawns at afternoons and so reveal the snakes of dune and sand and take away what feels like (abstract lines) for the sake of heavy sounds when you're not there over-yet-strange-menace the forbidden vegetables of the unheavenly veil we call existing, and the shell that winds all relevance and structure-like causalities and casualties the clockworks of the universes need to prevail, to feel to stay put while we leave this dream.
Cerré la libreta y detuve la música florecedora de palabras. Luego pensé:
Aunque escribir poemas es un acto de orden cosmológico, traducirla es un acto poco universal. En éste sentido, la migración de los vocablos es también gran presa de sus geografías, sus momentos históricos y de la histeria universal.
También así de la desidia de su traductor.
Dicha ésta justificación, en este meta tiempo actual que en aquel entonces no pasó —mientras el coche se detiene—, observo a mi derecha una extraña nube hecha de condensaciones, calorcito y hielo, una nube que difracta la luz, rompiéndola en todos sus espectros. La miré por largo rato hasta que…
…llegamos a Samalayuca…
…una zona de médanos con vistas impresionantes. Me siento algo inseguro con respecto a enunciar lo siguiente, pero no me dio la vista de una zona extensa, sino más bien un área de peculiaridad porque, entiendo, intuyo, ésta zona de dunas es parte de un desierto mucho más grande. Sólo hace falta mirar un mapa y la topología del estado, para empezar a dilucidar sobre algunas de las cosas que ahí se pueden observar: no hace falta mucha cabeza para confirmar la hipótesis de que el desierto de Chihuahua estuvo sumergido bajo las aguas de Tetis durante la era mesozoica.
Lo bonito y extraño de ésto es que, de las faldas de los cerros que bordean a éstas dunas, y hasta sus crestas más elevadas, las formaciones de la roca son completamete visibles, como si éstos enormes accidentes rocosos dieran fe de su historia, de su ancianidad, como si a través de sus colores corrugados nos quisieran contar la narrativa de la tierra misma.
Como toda amplitud natural y al aire libre, las dunas de Samalayuca ejercieron su poder sobre las canaletas de mi cerebrito y, como es tendencia universal, me relajaron hasta el punto de llevar mi pulso a un estado rítmico ligero, en el que tuve la oportunidad de sentarme a contemplarles, a devolver aquello que me estaba siendo dado, por azares que a la fecha no comprendo bien.
Así, cerré los ojos, mirando de frente a las montañas, agradeciendo la desaparición del sol detrás de ellas. Rápidamente llegué a un punto de concentración al que pocas veces llego.
Los peligros de la vastedad que existe en la introspección.
En la pantalla de mi mente un fondo negro. En el centro de éste fondo unos ojitos rojos de pupilas amplias, negras. Me alejo un poco y estoy viendo a un sapo, en cuya espalda, un moteado rojo y brillante le adorna de manera elegante, como si se hubiera puesto un traje de gala para conocerme. El sapo y yo nos observamos por unos minutos. En los audífonos se enuncia:
“distante placer de una mirada frente a otra esfumándose”
Platillo y cuerda me sacan de ese estado meditativo al que llegué tan fácilmente y abro los ojos.
Descubro que detrás de las montañas frente a mí, el sol se ha teñido exactamente del mismo tono rojo que el sapito que encontré en mi meditar. Deduzco que vi al sapo rojo porque, como no sé cerrar los ojos bien, la luz roja se estaría colando entre las grietas diminutas de mis párpados entreabiertos. Aun ahí, la belleza me rodea, está aquí junto, debajo y arriba, a lo lejos cuando el sol se va, cediendo el paso al frío y a un momento que quizás me lleve mañana o pasadomañana a la tumba.
…nos fuimos de ahí, de ahí donde dejé atrás cosas que no sabía que dejaba atrás sino hasta semanas después y es que…
…cuando comenzó éste viaje…
…no me imaginaba a lo que me exponía. Pude hacer una pequeña idea respecto a lo confrontativo que resultaría ir a un lugar que jamás imaginé habitar: ni por curiosidad genealógica, ni por consumismo turístico, ni por razones místicas, literarias o científicas.
Ciudad Juárez me enseñó cosas que no deseo compartir con nadie todavía porque están muy frescas, porque abrieron viejas heridas que hace mucho no tomaba el tiempo de seguir sanando, porque sus artistas, cuyos temas, en apariencia, no rebasan los confines de su circunstancia: el muro que de nada sirve, los espacios culturales que aunque abundan parecieran pocos, los barrios que se sienten inseguros, inhabitados, escasos de peatón; sus atardeceres, tan hermosos como solos…
…y la noche en ese tren…
…donde Florencia, aún prensada al vientre de su madre, con toda fuerza uña, respira despacio como su padre le enseñó. Y en el eco del silencio, del anticipado sepulcro, las botas de la migra retumbando sobre cada peldaño en la escalinata del vagón. La puerta trampa que han preparado hace su efecto, impidiendo la visibilidad a la autoridad.
A través de las grietas, la luz se cuela e ilumina los ojos de la madre. Sus pupilas se enaltecen con el cambio lumínico y, así, el nervio incontrolable, la fatiga, las torturas a las que estuvieron sujetos durante el camino, la posibilidad de perderlo todo en éste último tramo, acelera su respiración. Sus ojos son llamas infernales, la comisura de su labio tiembla con enojo, quiere enunciarlo todo, gritarlo, quisiera tumbar a uno de esos migras y romperle el alma a puñetazo limpio, en pos de su hija, de sí misma, del marido que, estoico, lo sufrió todo junto a ellas.
La lámpara de mano parpadea, la batería se agota. En lo alto el policía echa un último vistazo y se encoge de hombros. Le hace una seña a los de abajo mientras desciende de la escalinata. Al bajar, de una palmadita al vagón y uno de los oficiales toma un silbato y lo usa fuertemente.
Dentro del vagón la familia sigue inmóvil.
Afuera, se escucha la marcha del tren siendo encendida. Los sonidos naturales de la máquina invaden todo y dentro del vagón los tres peregrinos suspiran con calma mientras el tren reanuda su paso hacia el cruce bajo el puente.
A lo lejos, en el cielo, la luna se oculta detrás de una nube obscura y, en el terreno que falta por cruzar, los coyotes, serpientes sobre nopales, los migras y los preocupados ciudadanos americanos, aguardan ansiosos el paso del tren que, muy probablemente, transporta carne fresca directo hacia sus delirantes fauces.
La familia de migrantes cruza bajo el puente y, al suceder ésto, se abrazan con orgullo. Saben que del otro lado se encontrarán mayormente protegidos, siempre que no sean atrapados por la ley, o por las ineludibles leyes de la naturaleza.
En el fondo lo que les suceda de ahora en adelante, estará sujeto a una suerte diferente, donde la violencia en engañosa apariencia es otra, pero sólo se haya oculta bajo capas invisibilizadoras de mayor utilidad, construidas con mayores recursos económicos, bajo el yugo de las élites intelectuales más respetadas.
La circunstancia, aquí o allá, resulta ineludible. Es duro, pero tan cierto como doloroso. Saber que somos ésto, que nuestra complicidad es directa en proporción a nuestros privilegios, que las comodidades que tú tienes al leer éste pedazo de basura, desde lo rico en tu sillón o tu colchón, son las incomodidades de otros, las vidas a medias, las supervivencias que abundan más que las vivencias.
No quiero aguarte el día, pero sí.
Mi frontera, esa que segrega, que separa y que critica, que mata para no dejarte entrar, comienza en donde empiezan tus deseos de acercarte, porque somos todos uno mismo y, aunque en ésa casa el código esté abierto, la realidad es que está disponible sólo para algunos cuantos. Como en la tuya y en la tuya, como en la de todos.
¿Qué somos?
¿Un muchos o muchos unos?
No sé. Piénsalo. Actúa. Resuelve.
Pero fuera, siempre fuera de mis muros.
Opo se gastó.
Spiral Out.