Fui a la frontera (de mí mismo) y del país. Parte 3: Metaparéntesis.
Bienvestidos de nuevo a (Dicho Sea Entre paréntesis).
Aloha, bestias peludas.
Gracias por volver al intrincado bucle helicoidal de mi cabeza.
Ok. Los voy a meter un poco más a mi espiral interno y los vuelvo a sacar. Es para una tarea Jiji. Acá voy:
(Dicho sea entre paréntesis:
Volveremos a la narrativa natural de ésta crónica tras éste paréntesis, en la siguiente entrega, la última… sí, al fin.
Así pues.
Quiero retomar…
…brevemente, la forma natural de la entrega anterior, en causalidad de brindar continuidad al texto, a sus ideas, a las preguntas que se hicieron, y al empirismo de que “no todas las preguntas deben ser contestadas, para que una idea florezca”.
En adelante, citaré un texto de autoría propia, escrito durante el taller de escritura de Alejandro Carrillo, en las instalaciones de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Desconozco el momento en el que éste taller se llevó a cabo, y le atribuyo ésto a las sequías de memoria (y todas sus tribulaciones), pero, me considero compelido a narrar la sucesión de hechos que enmarcan los argumentos por los que elijo, a la sombra de todas mis verdades literarias, citar ésta ligera pieza, escrita durante el taller intitulado “Pelea y Escribe”, en donde el alumno era instado a encontrar su propia voz, a través del trabajo con las heridas personales, (profundas, o superficiales), que salieran a la luz, detrás de un intrincado aparato de ejercicios de escritura creativa que, finalmente, generaban una pelea de box “con uno mismo”.
En su excelencia como divulgador de la creación literaria, de las letras honestas, de las visiones certeras sobre cómo llegar al fondo de nosotros mismos, Alejandro Carrillo sacó lo mejor de mis palabras —cosa que (por genios) ninguno de nuestros maestros había podido lograr, durante el período que Carrillo y yo compartimos en los salones, pasillos y fuentes de la Sogem, y tras la fundación de la Escuela Mexicana de Escritores (La EME), en Coyoacán, bajo la dirección de Mario González Suárez, y su plantilla de impresionantes pedagogos de lo creativo, lo oculto y lo poético y lo profundo—.
Contemporáneos o no, Alejandro y su taller ayudaron a erigir mi voz, así como favorecieron al descubrimiento de algunas puntas de diamante que se hallaban enterradas, bajo toneladas de letras hechas de paja en mi haber como escritor.
El proyecto: un hallazgo tardío, pero preciso.
Al culminar la totalidad de las clases con Carrillo, me sobrevino una inmanente necesidad de trabajar la voz que recientemente había descubierto en mis letras, circunstancia que me orilló a comenzar otro proyecto (acababa de culminar La mueca de Chaplin”, mi primera novela, ese engendro de un diablo con una mula), y, en mi búsqueda, encontré lo que en ese momento me parecía un reto.
Quise contar la historia de una persona cuya voz jamás estuviera presente en el texto. Sentí la necesidad de construir la voz de Valeria, una estudiante de periodismo que, apoderada de una “beca familiar”, viajaba por el país haciendo una serie de entrevistas —completamente ajenas e inconscientes, con la crudeza que a veces generan el desconocimiento, la ignorancia y/o los privilegios—, a minorías, a grupos de personas en problemas de escasez, o simplemente con entornos diferentes al de ella. Durante su etapa de experimentación y documentación, Valeria se mostraría ante mí y el lector como el bosquejo que trazarían los personajes entrevistados por ella, sin realmente hacer una aparición directa, o tangible, más allá de las menciones a su persona y las oídas a la que el lector fuera sujeto a través de la narrativa.
El primer (y único) texto escrito de éste proyecto, titulado “La Bestia”, derivó de la conversación con Amaranta, una compañera del taller, que había llegado de Tapachula, Chiapas recientemente, y había trabajado con personas que subían a éste tren llamado La Bestia en dicha localidad.
Tras escuchar sus historias, me sentí constreñido a escribir respecto al tema, sin pensar en la profundidad de las cosas que se estaban hablando, sino con la mente puesta solamente sobre el ejercicio literario. Es en momentos como éste -en el que escribo éste ensayo desde la comodidad del incómodo retrogusto de un café de Starbucks-, que me pregunto sobre el real valor del arte y cómo, en ocasiones el arte es un ejercicio meramente estético, mientas que, en otras, resulta una herramienta de transformación.
(Dicho sea entre paréntesis: sobre ésto último -lo del arte como estética o herramienta-, ahondaremos en el futuro próximo. Estaré contactando a algunos de ustedes, porque lo vamos a hacer en equipito).
Me atrevo a decir que, en ésto, como en el mundo, las visiones y valores que poseo, me posicionan en ambas amplitudes del espectro, pero mis inclinaciones políticas, a partir de aquellos años, se han radicalizado profundamente.
Hoy, que escribo ésto, pretendo visibilizar lo que me parece que a ojos de tantos resulta invisible. Quiero dar voz y contornear las personalidades, tan opuestas a las de Valeria, esta protagonista inexistente (y tan parecida a mí en ese momento: ciega, muda, cómplice silenciosa), de la que en realidad poco sabríamos porque, bien a bien, eran ella y sus privilegios los que en realidad se merecían la invisibilidad.
Quiero recalcar que el texto al que el lector se enfrenta ahora, aparece en su estado natural, crudo, inmaculado, intocado, o corregido. No excuso los errores secuenciales, de dedo, de corrección política, o conceptuales, sólo dejo en claro lo prístino del contenido que aquí les obsequio.
Sin más que decir respecto a ello, comparto aquí éste hallazgo, es decir, el texto que escribí durante ese taller, con la esperanza de que, como yo, el lector pueda concentrar su atención en un hecho que pareciera importante: en muchas -casi todas-, ocasiones, lo casual sostiene más la forma de causal.
La Bestia.
Si yo dijera lo que pienso, señorita, no estaría aquí vivo pa contarle todo esto. ¿Qué le parece que si mejor hablamos de otra cosa? Eso, así está mejor. ¿Que cómo llegué hasta aquí? Ah...esa es una historia muy buena. Verá:
Me la había pasado yo varios días en el vaivén de que si me quedaba en la casa con la familia o me iba yo pal norte. Ya en la casa nadie traía ni dos Quetzales pa la masa o ya ni tantita harina pa comer. Andábamos mendigando pues. Pero como usted sabrá, y si no lo sabe se lo cuento yo, las calles son muy bravas, en especial para alguien como yo, ya sabe. Pero pues no teníamos de otra, ¿verdad? Así que ahí me tenía, señorita, así de viejo como estoy, con mi bastón y con mis lentes puestos —no quería que me reconociera nadie, me iba a dar mucha pena si me encontraban por ahí mendigando entre las calles—. Ya se me hizo costumbre andar bien sucio y con la panza hueca. Allá por el mercado central, cerca de la puerta norte, una señora nos daba de comer a unos cuantos, pero la gracia se acabó pa mí cuando me encontré con una de mis vecinas. ¿Qué está haciendo aquí?, me dijo, y yo le contesté que andaba en busca de comida para el perro. Ya ve que este perrito me sigue pa todos lados, le dije pa marearla, pues anda bien hambreado. Eso le dije para que se fuera, pero la muy astuta no creyó un poco de lo que le dije. Fue entonces que me agarró de la mano y me trajo hasta acá en su camioneta. En el camino le tuve que contar todo lo que había pasado: cómo mi yerno Rafa se enfermó y ya no pudo trabajar, cómo mi Martina, mi pobre Martinica, no podía con tanto niño y, encima, un padre ciego con su perro. Entonces pues, le conté que me había puesto valeroso y me había salido con el Pluto, mi perrito, a recorrer las calles en busca de Quetzales. Ya la Andreita, así se llamaba...bueno...se llama; ya la ando matando, ¿verdad? Esperemos que siga viva mi vecina...esa alma tan bondadosa…¿Qué dice? Ah sí, pero eso ya fue hasta que llegamos acá el Pluto y yo, cuando la Andreita nos dejó con una bolsa de panes y una soda de dos litros. Antes de eso la Andreita nos trajo hasta acá para que viéramos...bueno...no que viéramos porque eso no se puede, ¿verdad? ¡Ja! ¿Qué dice? ¿Simpático yo? Pues sí, yo me conozco bien. Usted porque aun no me conoce, pero ya verá que me la puedo traer de risa en risa...me acuerdo...así me conquistaba yo a las muchachitas, sacándoles las risas. Pero bueno, no nos desviemos del tema, que yo creo que no tarda mucho en llegar el tren. Entonces la Andreita nos dejó acá y me dijo que esperara aquí para subirnos a La Bestia. Aquí a este tren, a La Bestia yo ya me he subido antes. Yo no me acuerdo. Yo desde que me acuerdo me acuerdo de pura obscuridad, pero mamá decía que aquí es donde perdí mis ojos. Como ya nunca los volví a encontrar pues...podría uno decir que nunca he visto nada, ¿no? Bueno...es un decir, no es que se me hayan caído mis ojos o algo, pero creo que cuando se murió mi padre fue aquí mismo en este tren. Andábamos viajando al norte de México en busca de mejor vida, ¿sabe? Pero en el camino mi padre se cayó del tren andando porque unos maleantes se querían violar a mi mamá. Entonces mi papá por defendernos se les fue a los golpes y lo aventaron pabajo del tren. Yo como estaba pequeñito me quise abalanzar para salvarlo, pero a la hora que las ruedas del tren lo aplastaron a la mitad pues, dice mi mamá, unas esquirlas de la hebilla del cinturón de papá me volaron hirviendo hasta los ojos y me dejaron así, mire…¿ya vio? Por eso hay que aprender a no hacernos los héroes. Me imagino que sí se ve muy feo; así como vibró ahorita usted que le enseñé mi rostro sin los lentes, así ha vibrado mucha gente cuando los quiero ahuyentar. ¿Por qué los quiero ahuyentar? Bueno, porque la vida no es muy fácil para un ciego sin dinero, señorita, y a veces hay mucho abusón en todas partes. Pues no, señorita, no me da miedo volver a subirme al tren. Primero porque no me acuerdo de aquella vez, estaba yo muy pequeño como pa acordarme, y luego porque yo daría lo que fuera por mi familia, señorita. No me gustaría que les pasara nada. Ya es suficientemente dura esta vida para todavía tener que escucharme los dolores de alguien más. Sí, es probable que les duela cuando sepan donde ando, pero una vez que llegue allá a Tijuana voy a hacer dinero, eso los va a mantener más tranquilos y a mí también. Sé que el camino es muy largo y que muchas cosas pueden pasarme antes de llegar, pero también sé que cuando llegue allá tendré trabajo seguro, y pagado en dólares. Por eso le decía hace rato que la vida es de sacrificios, porque si lo piensa uno bien, lo único que importa en esta vida es el dinero. Fíjese. Aquella vez que perdí mis ojos adivine usted a qué íbamos pa México…¡pues por dinero! Y luego cuando regresamos…¿qué cree usted que necesitamos pa mi curación de los ojos? ¡Eso! ¡Dinero! Y ahora…¿qué nos falta a todos? ¡Dinero! Yo veo que los ricos….bueno, es un decir que los veo, pero sé que los ricos viven sus vidas casi sin preocupaciones, ¿no? Alguna vez he platicado con alguno que se acerca a darme una ayudita, ¿verdad? Y pues fíjese que yo los noto como muy despreocupados., como que es gente que no anda temblando como todos por acá, bueno...allá en Guatemala, aunque los de aquí de Tapachula también tiemblan, pero no tanto como allá, allá la pobreza sí está fea, aquí es otra cosa. Uy...si las contara yo las cosas que me han tocado. No le miento cuando le digo que las calles son bravas, señorita. ¿Alguna vez le han orinado encima? ¿Le han pateado hasta que escupe un cacho de intestino? ¿O la han obligado a...perdone usted la palabra...a fornicarse con su propia hija por dinero? No conteste mis preguntas, señorita, sé que usted no ha pasado por esas cosas, puedo sentirlo yo en sus manos. Pero..bah...señorita, ya no hablemos de estos temas que me pongo remilgoso. No sé si usted lo escucha, pero ya a lo lejos se alcanza a oír el tren… ¿lo oye? ¿No? Bueno, se lo advierto de una vez: el tren está muy cerca ya, así que si tiene otra pregunta, será mejor que la haga de una vez porque, como podrá saber, a mí me cuesta el doble de trabajo montarme, más por subir al Pluto que por subirme yo. De acuerdo...dígamela pues. ¿Que si se paga algo por montar a La Bestia? No, señorita, para montar a La Bestia no hay dinero que alcance. Las cuotas que aquí se pagan son de otro tipo. En La Bestia se podría llegar con cien montañas hechas de oro...que aun así es lo mismo para las escorias que andan dando vueltas por aquí. Tal vez, señorita, La Bestia es el único lugar del mundo en donde el dinero no importa. Es quizás por eso que este tren, que es más como un bondadoso animal, transporta sobre su lomo nuestros sueños más profundos.
La marcha del tren.
Escribiendo ésta oscilatoria crónica recordé lo que había escrito en aquel entonces. Volvió a mí la sensación de interés que tuve en las historias que Amaranta contaba sobre las personas migrantes, sobre las tragedias que les sucedían y cómo para muchos de ellos, vivir éstas historias, era algo inevitable.
Algo despertó en mí.
Me pregunté, con el paso del tiempo, ¿cómo sería estar en una situación así? Tener que moverte porque las calamidades del mundo te obligan, trepado en un tren que tú, de entrada, sabes que puede devorarte con esas fauces, cuyos dientes han sido afilados a través de las más innombrables vilezas de las que un ser humano es capaz.
Se dice que los países, ciudades o localidades, sostienen una oferta hacia el mundo (la mano de obra barata, la minería a bajo costo, la deforestación como incubadora de negocios multimillonarios), y aunque en México existen casi todos los tipos de oferta, la realidad es que nos hemos vuelto en la fosa común del continente americano y, La Bestia, es uno de los sitios donde el desfiladero hacia la muerte comienza.
Les pido una disculpa…
…por hacer de éste un apéndice tan triste, pero más triste sería no hablar de ello.
Entre pláticas y textos, tallereadas y cigarros sueltos afuera de la universidad, aprendí el valor de la memoria y, con él, a repetirme a mí mismo el enunciar para no olvidar, porque al callar, al mirar hacia otro lado, nos volvemos cómplices, porque al actuar de maneras tan superficiales y blanqueadas como escribir textos en revistas, mailings o periódicos, al señalar sin realmente hacer nada, somos también perpetradores.
Aquí comienzan a trazarse las líneas limítrofes de mí mismo. ¿Qué debo hacer? ¿Cómo ejecuto el contrapeso a todos éstos años de ceguera y malas prácticas? ¿Cómo hago para incitar a otrxs a mirar en donde nadie mira?
Pero, en éstos actos, desde ésta trinchera, desde la pluma como espada empuñada, existe el único valor posible para alguien como yo: la visibilización sobre todas las cosas.
La pregunta aquí es:
¿Qué más vamos a hacer juntxs, de ahora en adelante, por hacer de éste un mundo mejor?
No es cosa de pensarse, sino de hacerse. Banda:
Abolir es renacer.
Aquí se cierra éste paréntesis).
Nos tocamos los ojitos en la siguiente, bebés illuminatis.
Ya saben.
poyen, compartan, comenten, rían y lloren, pero no dejen de suscribirse si no lo han hecho aún.
Besitos.