Fui a la frontera (de mí mismo) y del país. Parte 1.
Bienbonitos de vuelta a (Dicho sea entre paréntesis).
Para empezar la divagación inicial, vamos por una parafraseadita a unas palabras mágicas que me encontré en un libro que había olvidado olvidar:
Algunos hombres nacen póstumos.
Y es que, así como los onvres póstumos escriben, sus palabrejas existen y se escriben y, bien o mal colocadas, nacen muertas. Pero… aguanta…
No es un tema de vida o muerte en el sentido clásico, sino una vitalidad que se les puede insuflar (o no), debido a sus intrincadas delicadezas, o a las complejidades más superfluas que se le puedan mirar bajo la óptica normalizadora de las cosas, esa que centraliza todo y nos orilla a consumir los mismos contenidos de siempre: lo recibido por la crítica, lo que los “tomates podridos” nos dijeron que estaba bien, la poesía academizada, la ciencia sin foro, la espiritualidad como práctica antiregligiosa…
La mención de lo póstumo en los h-onbvrRes, sus palabvras -sus manos de arena y sueños de marfil-, es un puente, porque -siento, sépo-, éstas palabras que lees, serán también consumidas por el tiempo, por los espacios que se crean en la memoria y que la difuminan hasta hacerla perecer.
Algún día, los grandes servidores que dan energía al mundo estarán extintos y ni tú ni yo recordaremos éstas palabras. Supongo, pues, que nos quedan sólo dos opciones:
A mí disfrutar, dejarme ir, vaciarme ante tus ojos.
A ti la elección de darle entrada a mis fantasmas, a través de tus pupilas negras y pechochas.
¡Ey, maguey! Así de aristotélico el rollo.
(Dicho sea entre paréntesis: deseo que mis pensamientos rebasen las fronteras de tu mente y puedan anclarse en ella para que, juntes, venzamos a la era digital y su vida, que es también cosita póstuma desde su inicio. El fin se acerca).
Y bueeeeeno… ahondemos más en las fronteras.
La frontera sólo existe entre tu y yo, en realidad.
Pero no quiero seguir.
No sin antes recomendarte una musiquita -bieeeeeen tranquilita-, de fondo, pa’ que conozcas a mi ídola vocal y escuches/admires que pinshis perro canta cuando dice:
“Can’t you see/lights go out/ when there is nothing left to say? The hour will come./Look over your shoulder./There’s no need to run anymore”, por ahí del minuto 8:00 y pelillos -de xoloizcuintl-.
(Dicho sea entre paréntesis: si logras deslindarte de tus músico-prejuicios anclados, aguantar el paso diminuto de lo que probablemente percibas como ruido y disonancia, y apreciar la belleza que hay en éste tríptico emocionantísimo de canciones que te recomendé, podrás saber por qué es éste tipo de textura acomoda con éste texto -o con todo lo que escribo, que es más como un rito que te escribo a ti, y menos una literatura para nadie o para mí-).
Púshale clic acá para escuchar e irte derritiendo bien chidito conmigo mientras sigues leyendo.
Oquei. Sigamos:
¿Qué son las fronteras para un Opo?
Las líneas imaginarias que se trazan cada vez que la humanidad decide, errática y errónea (y como estúpidamente acostumbra), segregarse, apartarse, señalarse y matonearse debido a diferencias absurditas:
La centralización desmedida de las prácticas acumulativas existe también, y ésto evidencia enormemente las experiencias inherentes-malevolentes de las crestas del capital; tirando todo lo que no le sirve hacia las orillas, donde pareciera que las gentes, los lugares y arquitecturas han sido olvidados.
Las calamidades de éste mundo -mi gente, mi sangre- son mayormente reflejadas en los lugares fronterizos: en sus politizaciones, histórica y geográficamente, se colocan muros, por ejemplo… ¿Como por? (se le retuercen los ojos hasta mirarse el cerebro).
Y es que pocas diferencias existen entre las fronteras que han trazado la historia de la que parecemos no aprender, el historial personal de cada quién, del que a veces tampoco aprendemos, y las elecciones que tomamos como producto o resultado de esa suma.
Pero les tengo noticias:
¡No somos libres de elegir!
No en realidad. Y para ilustrar éste primer obscuro punto de los tantos matices que encontré, voy a colocar un ejemplo aquí adelante, un ejemplo de algo que me sucedió al llegar a la frontera, tal vez antes de llevar 2 horas ahí.
Viaje a Ciudad Juárez…
…tras haber caminado por los laaaargos y solitarios pasillos de metro Pantitlán a las casi 12 am. Banda, como en Tacubaya: si no conoce, mejor no vaya. Es todo lo que puedo decir.
Pasé la noche en vela en el aeropuerto, platicando con un par de personajes que encontré en los pasillos.
Mis nuevos amigos, ambos en situaciones muy diferentes, viajaban también hacia el norte. Yeti, de Haití, iba hacia Monterrey porque quería cruzar la frontera a los estados unidos; tenía -dijo-, aproximadamente 8 meses viajando/trabajando por Mechico, y estaba en busca de cruzar a EUA para generar mejores oportunidades, dado que la zona en que su familia en Puerto Príncipe vive, está afectada por las pandillas de maleantes que tomaron el país, poco después de que asesinaran a su presidente. Ésto entendí en mi corto francés, en su menos corto espanyol. Yeti, como todos los que surcamos la vida a ras de piso, viajaba en busca de una mejor vida para él y los suyos.
Éste simple hecho debería decirnos algo ya, ¿no? ¿Neta no? A Ber.
Güero…
Dejar atrás tu hogar y a tu familia, a los amigos y una vida chida en casita, bajo la sola premisa de trabajar más, en un lugar desconocido, en un idioma que no hablas, atravesando, -obligadx por la circunstancia-, medio continente para poder sobrevivir, o, como decía él, para poder mandarles de comer a sus papás…
Cawn… ¿te parece correcto ésto? Sí vivimos en el mismo mundo, ¿no? Joder. Por donde lo veas está muy mal eso.
No creo que debiera existir razón alguna para que un ser humano, animal o cosa, por obligación, tenga que modificar su vida, quizás para siempre, sólo porque a unos cuántos gandallas, que le hallaron el modo, se les ocurrió acumular de más.
Diría mi jefa con ese acento shihuahuense que se le asoma a veces:
¿Por qué traen, pues?
En la otra cara de la moneda…
…el otro amiguito, Jean-Claude, es un chico playero de Venezuela que viajaba de regreso a Houston, donde viviría por un rato con sus padres, porque había culminado su capacitación de “constelaciones fluviales”, una vaina que sonaba turbo whitexican, pero que narró con tanta convicción, con tanto poder de palabra y venta, que me convenció de tomar una constelación acuosa con él en su futura visita a la ciudad.
Ya saben, mi infinita curiosidad le gana a todo… gg.
Ya les contaré qué tal cuando ésto suceda.
Lo importante a recalcar aquí, además de su agradable compañía, es que él, por ejemplo, tuvo que salir de México en siete días, que era lo que duraba su práctica, porque el gobierno no le otorgó esos 3 meses que solían darle en otras ocasiones, por lo que, él, también, busca regresar a la ciudad de mejicalpán y cambiar su estatus migratorio para poder ejercer acá, porque en casa (que ya no es su país de origen, sino un país ajeno también), no puede trabajar como debiera.
Así pues, la gente se va a acercando poco a poco a la frontera, donde no son bienvenidos y yo, junto con ellos, volaba hacia Ciudad Juárez, tierra reconocida, de donde yo vengo, más por temas de violencias, narcotráficos y migraciones incesantes que por todo lo que en ella descubrí.
El vuelo se retrasó y…
… fácil pude haber dormido en casita, cómodo y sin frío, pero, bueno -pensé-, supongo que éstos son los precios que uno paga cuando una aventura interesante aguarda al otro lado del umbral.
Así pues, a las tantas de la mañanota, llegué a Ciudad Juárez, donde de inmediato fui acogido por Monse, mi guía de aventuras juarenses. Podría decirse que me embargaba una enorme incertidumbre por muchos factores, pero uno de los más importantes para mí es que ésta es la primera vez que piso el estado de Shihuahua y, ustedes no lo saben, pero más de la mitad de mi genética inmediata tuvo residencia ahí, así como una gran parte de familia que no conozco, que habitan por todo el estado.
Para mí éste viaje, hasta el momento de mi llegada, contenía diversos significados, pero, quizá, una de las cosas que más me llamaba, era el hecho de sentir, aunque fuera de pasada, esa atmósfera que tantas veces me había sido descrita como algo maravilloso: probar esas comidas que forjaron mi propia cocina, mirar los cerros y atardeceres que siempre imaginé como el entorno natural en que mis ancestras cazaban su comida, platicaban con las estrellas por las noches de inquietud, o simplemente caminaban, explorando un territorio que, a mi llegada, no era aún visible.
Tomamos el Juárez Bus…
… y llegamos al centro, que es una experiencia primordialmente extraña en lo arquitectónico y lo urbano.
Las primeras calles me trajeron recuerdos de Matamoros, otra frontera sobre la que algún día escribiré, pero de la que recordé una sensación muy peculiar al ver los edificios: lo primero es que ambos sitios me traían recuerdos de la temporada diminuta en que viví en Tampico, lo segundo es que la arquitectura es muy similar:
Edificios con fachadas descarapeladas, con esa enfermedad de la piel que sólo el paso de los años y el descuido le generan a las construcciones, que son (Dicho sea entreparéntesis, ultimadamente, memoria viva y casi permanente de lo que un lugar fue, puedo haber llegado a ser, o es, así, en movimiento).
Recuerdo con claridad un local comercial en una planta baja, una tienda de zapatos 3 hermanos. En cuya planta alta se encontraba, detrás de la silueta que le restaba a un aparador extinto, desnudo, que en su entraña mostraba un desproporcionado cilindro enmosaicado (asumo lo que sería un cubo de escaleras), con algunas tiras rojas y azules, muy parecido a los ambientes que encuentras en algunos rastros y obradores. Mi cabeza, visitando todas las terrible opciones que se le permiten en sus licencias abiertas, visitó toda analogía posible a la violencia en éste sitio. Sí. Lo siento, beibis, así funciona ésta cabeza.
En fin.
Dimos una vuelta a la derecha, dejando atrás el rastro de ese “rastro”, y llegamos a comprar un burrito en el primer lugar que vimos, cerca de la catedral, los pachucos bailando en la plazuela y los predicadores reclutando gente.
Nos sentamos en una banquita a comer. Yo, devorando y sin masticar (quien me conoce sabe que me como todo de 1 bocado, dos a lo mucho). Monse comía con calma a mi lado. El clima fresco acariciando suave nuestros rostros.
Yo, mirándolo todo, absorbiendo un quiensabequé en el tercer ojo que no existe en mí cuando, de pronto, a lo lejos, por el flanco derecho, se aproxima un vago.
Quien ha caminado algún día conmigo lo sabe: soy un imán para gente de la calle. Si me ven, se me acercan. No hay de otra.
Así, se acerca el chico más y más, hasta que se detiene a pedirnos una moneda. Saco del bolsillo lo que tengo y se lo extiendo. Pero él, en realidad, no quiere una moneda, no quiere un taco, piedra o cheve, lo que quiere es más profundo e invasivo: platicar, necesita que alguien lo contenga. Lo noto al primer instante en que me sostiene la mirada.
Me doy cuenta porque, por lo general, la gente de piedra, o de mona, tiene la mirada de quien ha perdido el miedo. A éste chico los ojos le temblaban, llenos de temor.
Lo primero que pasó por mi cabeza fue alarmarme…
… no tenía miedo por mí, as usual, pero sí porque le pasara algo a Monse.
El personito siguió hablando, nunca desvió la mirada y yo tampoco. Durante toda nuestra interacción jugamos a un juego de poder que sólo nuestros ojos entendieron. Logré quebrarlo cuando, no sé si Monse, él mismo. o yo mero, nos instamos a extenderle el burrito que me estaba comiendo.
En la plática, antes de recibirlo, al fin logro vencerlo en la primera tirada de ajedrez ocular y, así, con todas las ganas de buscar contención, me pide que le ayude a descubrir su brazo (lo lleva envuelto en una especie de toalla/gaza ensangrentada).
Cavilé un mini segundo, pero ya estaba ahí, quería liberarme de ésto lo más pronto posible, así que le seguí el juego y le quité el vendaje con cuidado. Así, dejando al descubierto el brazo, le veo de 3 a 4 heridas amplias, profundas, no tan frescas ya, pero no secas tampoco.
Le pregunto su nombre. Se llama Gus. “Gus” -le decimos-, “debes atender esas heridas, podrían infectarse y eso sería muy malo”. Es ahí que comienza contar su historia. Es ahí cuando Gus me toma terreno y se da un paso hacia mí, para contarme más. Comienza a llorar y me pide un abrazo. Me paro y lo abrazo de vuelta.
Monse, en esa lógica que yo no podía usar al momento (o nunca, pa’ qué me hago wey, ¿vedá? jiji), se levanta y se lanza al Oxxo a nuestra espalda pa’ traerle un café al Gus.
Invito a Gus a sentarse en la banca conmigo, para que coma, se relaje.
Su llanto es muuuuuuy profundo, no berrea, pero el silencio de su pozo interno se sentía como un abismo cuando lo abracé.
Ya sentados me volvió a abrazar y no me soltaba, llorando, comiendo burrito a la vez. Estaba briago el Gus, se sentía en su olor. Olor de pura chela -diría mi profesional interno-.
Gus llora fuerte momentáneamente y me toma del hombro con la mano del brazo herido, me clava una mirada dura, pesadamente ligera, como el filo de una daga. Es, quizás una de las miradas más endurecidamente tristes que he visto -a menos de un metro de distancia-, luego, Gus me jala hacia él y me pregunta bajito, como para que no lo escuchen:
”¿Alguna vez has matado a alguien, compa?”
Y yo por dentro como el perito de los pelos explotados, afirmándome: hdsptm está potente éste pedo.
Me deja la mirada puesta. Le digo que no. Ahí llora más.
“Era él o yo, el hijo de la shingada” agrega. “Me sacó un mashete y me dio éstas 4 y, pues tuve que sacar mi pico. Y la cagué, mi hermano, la cagué porque le di en el corazón. Y ahí quedóóóóóó el wey” dice, segundos antes de que llegue Monse con el café en la mano, circunstancia que me abrió la brecha para poder comenzar a escribir el siguiente acto.
En esa banca verde y fría en el centro de Ciudad Juárez, se creó una intimidad entre Gus y yo.
Palabras se enunciaron, que sólo él y yo sabremos, vocablos calculados en segundos que le ayudaron a contenerse más de lo que imaginé; le hablé desde una cartografía imaginaria, un roll hipotético que nació desde… ¿Qué sentiría si hubiese matado a alguien? ¿Qué me podrían decir en ese momento que me ayudara a lidiar con la pesadez después de ésto?
Dije algo. Cosas duras, pero prístinas.
La precisión de mis palabras generó sonrisas en espejo. Hubo un silencio de absoluta comprensión y ambos regresamos al programa normal.
Estuvo MUY cabrón, people. De lo más.
Después de todo, el burrito, el café, los pesos, los abrazos y los besos en el alma, Gus seguía jugando al ajedrez ocular, por lo que nunca supe interpretar si su actitud era realmente un delirio o un acto de auxilio real, pero… elegí concederle la duda porque llevarlo hasta el llanto sería un acto de mucha inteligencia emocional para un adicto de esas magnitudes, además del esfuerzo descomunal que tuve que hacer para que la circunstancia no se me saliera de control.
Es muy chistoso como la vida elige enviar mensajes a veces. Le aplaudo, pero con la ceja levantada. Así de: caona… really??
Así, pues, sucedió la primera experiencia que tuve en ese lugar del norte que tanto ansiaba conocer junto a mi guía.
La historia de Gus se extiende un poco más, pero, como era obvio desde el título, tendrás que esperar hasta la siguiente entrega para saber en que culmina esa aventura, que es la primera de varias Juárez-locuras. Se pone bueno.
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