Bad Bunny, Tiny Desk y el oligopolio del vacío.
Bienvenudos de vuelta a (Dicho sea entre paréntesis).
Había estado esperando éste momento por mucho, mucho tiempo.
Acá va:
Tengo sonando en los audífonos el Tiny Desk de Bad Bunny, que está recién salidito del horno. La verdad es que hasta dan ganitas de bailar, aunque 30 minutos de Tiny Desk… ya se me hace un poco eterno.
(Dicho Sea Entre Paréntesis: para quien no conozca el término, Tiny Desk se traduce a una iniciativa que hace algunos años cobró mucho éxito. Son conciertos en un espacio muy reducido, que asemeja a una oficina con su escritorio en L y un librero atrás lleno de cosas curiosas. En él se han presentado personajes de enorme envergadura comercial -llámese Coldplay, “Saylor Twift”, o Adele-, pero es también un semillero para grupos con propuestas interesantes.
Durante años, la curaduría del proyecto corrió a cargo de su fundador, cuyo nombre no recuerdo, pero sí recuerdo: él es una de las personas más influyentes en los procesos de democratización de la ingeniería de audio —llámese ingeniería de micro presupuesto vs sonido de alta calidad. Algo así como el “costo-beneficio” del sonido en directo.
**Acá arriba la gran Caroline Polachek, una de las propuestas vocales más valientes que he escuchado, y a quien probablemente no habría descubierto sin surcar el Tiny Desk como una verdadera obsesión en mis horas de oficina**.
Ennnn fin: entren a YouTube, tecleen el nombre de su artista favorito en la caja de búsqueda y añadan las palabrejas “Tiny Desk” justo después; seguro encuentran un conciertito de su artista detrás del minúsculo escritorio.
Añado, así, que la calidad es la característica mas agradable de éstos conciertos: es un foro muy íntimo, con poco público, en el que las versiones de las canciones son parecidas a un acústico -o en ocasiones lo son-, y sacan la verdadera casta de los artistas que ahí se presentan. Hay que prepararse mucho —o ser muy hábil—, para presentarse en ese foro. Para bien o para mal).
Ahora que ya sabemos todos lo que es e implica un Tiny Desk…
…volvamos al tema que estaba en boca de todos hace unas semanas que empecé a escribir ésto: el Benito, mejor conocido como Bad Bunny.
Primero voy a sacar ésto del pecho porque ya fue suficiente: estoy moviendo los piecitos una vez más, retomando éste textívoro que escribo más pa’ ustedes que pa’ mí, y no puedo evitar re-pensar:
Vaya lírica más triste de escuchar para un tipo como yo, que poco le entiende al mundo y al que el mundo poco le entiende. Pero… ¡espera!
Hay mucho que hablar acá:
El problema de éste texto va a ser que no tengo idea de cómo hacer la entrega, sin sonar enteramente ofensivo para muchas de las personas que me rodean y a las que quiero montones, pero, ya se va volviendo justo que alguien, en algún lugar —y a riesgo de funabilidades—, hable con la verdad.
Pido ser yo. Requiero esa primicia.
Llevemos ésto por puntos.
Brad Bunny…
… íntimo amigo de Bad Pitt (jiji), es uno de los 10 artistas más escuchados en plataformas de streaming, como Spotify y otros de éstos inescapables artefactos demoníacos, que secularizan y asisten perfecto a la centralización de los gustos musicales del pópulo. (A ésto llegaremos más tarde. Las plataformas de streaming son el diablo y ya les digo como por qué).
Pero… ¿cuál es el truco detrás del éxito ése individuo de voz tan terriblísima?
Pensemos en voix alta:
Seamos honestos todos. Quizás el único y más grande talento de Benito es tener suerte.
En otras formas de mirarlo, el tipo no posee una capacidad vocal; no grande no pequeña: simplemente es nula.
Su lírica atrapaborregos sostiene como un vexilum estandártico (jiji), el hecho de hacer referencias a la vida diaria, a hablar de las cotidianidades con las que muchos se identifican —supongo con una forma de mirar la vida así: más simplona, sin valles otros que no aludan al sexo, a la añejada idealización del amor romántico, a los culos y a las colas, a un transparentemente tierno y risible desinterés ante el desamor
(Dicho sea entre paréntesis: disculpen si no todas sus canciones hablan de temas así, tal vez al escanearlas por completo “Debí tirar más fotos”).
**Aquí una sonriente Natalia en su presentación de Tiny Desk, que no creo que necesite presentación**
Es ésta música, la del Benitosss, el tipo de contenido que apela a las masas que, dicha sea la verdad, aparentemene se conforman con poco, que tratan de irrumpir sus cotidianidades con más cotidianidad, como si la respuesta o el “escape” necesario fuera consumir más oquedades cotidianas “para distraer la mente” (como si nos restara tiempo para esto, people, ¡por deus!).
Pero no es crítica de las terribles, lo prometo: desde un punto de vista mayormente tierno, radical, la realidad es que éstas búsquedas de contenidos —o el acto intrínseco que hay en ellos como de “de dejar de buscar”—, es un tema más político y menos de verdaderos gustos:
Hay quienes se ven envueltos en ésto desde la cuna, porque así funcionan las cosas (aunque no funcionan realmene, pero bueh…), porque el orden de los medios y la orden de los que mueven los hilachos del tejido social, dictan que es esto debe escuchar todo mundo por unos años y, como todo (aunque sea debatible si la perdurabilidad haga grande o de calidad a un artista o no), va a pasar de moda y algo más tomará su lugar.
Más o menos como las preocupaciones. Se acaba una y llega otra. Así igualito, porque nada e para siempre.
A ver, ya que tiré todo el encabrone que traía guardado en el cocoro, desde el inicio de los tiempos del gran Benito, puedo mirar, con menor presión intracraneal, otras realidades que también lo orbitan.
Benito no sería nadie sin la gente que respaldó a su música desde el principio. Sin aquellos que lo convencieron de subirla a SoundCloud, donde podría por fin ser descubierto (tras millones de reproducciones, claro, jeje), cuando componía beats y estaba más arraigado a su pureza como creador que al entramado de los medios, donde el género Trap lo envolvía a la perfección, ese Benito que hoy pocos escuchan —o conocen—.
Así como casi cualquier agrupación que tenga el privilegio de tener un productor tomándole la mano, a un manager ofertando el producto en el mercado. Porque a solas la música se crea, en compañía de un productor la música se destruye y se reconstruye para apelar a los oídos de las masas, o en su defecto, de su segmento. Porque…
¡Hablar de la segregación es importante!
En términos de mercados:
A la manera de definir gustos, intereses y diferencias ideológicas, se le denomina como Segmento.
Es claro, obvio y aberrante, aclarar que cada segmento de la población se ve favorecido, o afectado por diferentes tipos de contenidos, que no a toda la gente del campo le va a gustar la música de Billie Eilish —en éste caso, el segmento es diminuto o nulo—. Es claro, que a quienes aprecian los domingos, en alguna sala de conciertos, a la orquesta de Sierra Moncayo, o Dudamel (aunque no sean ni de cerca comparables), poco aprecio sentirán por un corrido de Chalino Sánchez, El Fantasma, o de Adriel Favela.
**Billie y su carnal haciendo fechorías en uno de sus Tiny**
La gran mayoría de la música, que escucha la gran mayoría que puede escuchar música con conciencia de elegirla (porque hay una enorme diferencia cultural —másquenadsocioeconómica—, entre ésta y la música que me pongan en la tele y en el radio), es música que atravesó ya un andamiaje largo, en el que el 75% del camino del artista es invisible y, con dicha difuminación, una vez que el artista ya concibió lo que percibimos como “el éxito”, ya lo que su esencia era se quedó atrás.
Porque las disqueras, las plataformas y los productores buscan agarrarse a billetazos entre ellos, así que todo Bilboardismo, toda búsqueda de un Grammy —o dos, dijo el perico—, todo premio o reconocimiento de algún tipo, pueda surtirles a ellos el efecto necesario como empresa, entidad comercial y corporación, para así continuar escatimando en dar billetes a artistas con corazón, y poder brindárselos, mejor, obvi, a aquellos que componen buscando lamerle la pompi de bebé a los algoritmos de la actualidad.
Esa es la verdad. Le pese a quien no le guste, y así.
Esto sucede en la enteridad de las disciplinas artísticas. El cine es igual -sólo creo que ahí el entramado es todavía más vasto porque es trabajo colaborativo y la cosa se pone más llena de luchas de egos, además de las improntas la industria del cine tiene en el imaginario y como consecuencia, es todavía más fea—, los pintores y escultores sufren lo mismo a través del lavado de dinero por los galeristas (hasta allá llega el narco, mijos, no omitamos su omnipresencia), les pasa igual a los arquitectos que a los ingenieros, a la gente de neurociencias que a los cirujanos maxilofaciales.
El entramado se halla en todas partes. Y es acá donde damos la bienvenida al…
Oligopolio del vacío.
Los deportistas “ de alto rendimiento” y los chefs de estrella Michellin tienen un común denominador:
Ambos forman parte de una élite que se ha construido, quizás de manera involuntaria en un inicio, pero que apela humanamente, más que otra cosa, a nuestros sentidos de acumulación.
Es que.. si no queremos acumular tipos de cambio que se intercambien por lujos, bienes y servicios, tenemos la tendencia a acumular medallas, estrellitas, reconocimientos. Necesitamos acumular la aprobación de otros para considerarnos útiles, valiosos, merecedores de dignidad y, llevado a un punto aún más real: merecedores de sobrevivir.
Y es aquí donde éste entramado, el oligopolio del vacío, se nos adelantó, porque estas acumulaciones no monetarias, se insertan en el imaginario (manera en que imaginamos y consecuentemente pensamos que es el mundo), en formas muy sencillas: una mano mostrando el pulgar, un corazón rojo, un comentario, alguien que comparte lo que hacemos.
Y aquí estoy yo: presa del vacío oligopólico…
…buscando que mis palabras se tornen garras, que se claven en tus córneas y construyan memorias junto a tu cerebro; intento obtener de ti un corazón, un algo para compartir.
Quiero ser un Bad Bunny, pero menos inteligente (porque al menos ese vato se adaptó y acumuló y yo, a tus ojos, escribo éstas palabras aplanado en un café; sin éxitos, pero sin canciones o poses hechas de mentiras, sin pesos, pero con manazos llenos de verdad).
Y es que poco sabes acá de lo que intento, pero, como siempre recomiendo, si leyeras ésto en voz alta, sabrías reconocer al músico que llevo dentro, al que llevas tú, con esos más de dos dedos de tímpano, que de maneras congénitas nos habitan y por ósmosis se unifican en distancia y tiempo mientras lees, cuando escribo estos recuerdos en los muros de tu alma.
PUM —resuena la campana—.
La música, digo, está siempre presente.
Lo anterior es evidente…
…pero evidentemente, no lo es para todos, o, mejor puesto: existe un no sé qué que qué se yo, que nos une a todos —al menos en términos de la música—.
El punto de encuentro, la nota correcta, es aquella con la que podemos generar identificaciones que nos habitúan a estar los unos con los otros, a sentirnos humanos: es un punto con el cual podemos comenzar, —a través de los oídos, o el latir del corazón—, la difuminación de las identidades, los nacionalismos, esas fronteras y/o líneas que nos hemos imaginado.
El momento cúspide de nuestra manera de reconocernos unos a otros es, quizás, esa música que sólo habla su propio lenguaje, que poco entiende de palabras, de idiomas o lingüísticas, y que se vuelca enteramente hacia las sensaciones que genera.
En éste sentido —y volviendo al equipo que un artista tenga por respaldo, se agradece, siempre—, el trabajo de la persona que produce las músicas de sus creadores, ya que, sin quizás pretenderlo, se está avocando al lenguaje universal que es la música y, a través de ello, apela a los diferentes segmentos de personas que habitamos éste mundo —tan plagado de aquello que es mundano—: vivamos en la sierra, un bajo puente, o en un búnker mil-millonario con un castillo hecho de espejos encima.
Sin personas como éstas, mis dedos no estarían golpeteando ahora mismo mientras la cuartista de Bad Bunny hace ese solo tan deliciosamente narrativo, en éste concierto desde el Tiny Desk en Washington.
Se los dejo por acá, por si no lo han escuchado aún.
(Dicho sea entre paréntesis: en ocasiones, muchas, he escuchado decir a gente de ciencia y de No ciencia por igual, que el lenguaje del universo son las matemáticas, pero creo que hay algo errado en ello, porque, a ciencia cierta, los lenguajes sólo pueden ser interpretados —hasta donde sabemos—, por humanitos como tú y como yo. Las matemáticas no todos las hablamos. En mi haber jamás me hallé con un humanito que no hable música. Te lo dejo de tarea).
En éste sentido, No todo es indefendible.
Quizás una de las cosas que más respeto de éste concierto es la atinada elección de músicos que acompañan al Benito que, aunque hace un pésimo trabajo escénica, lírica y vocalmente, tiene el carisma suficiente como para que, si estás de buenas, te pases una buena media hora, moviéndote al ritmo de éstas versiones que, ahí sí, están muy bien logradas en los términos del arraigo a lo latino, aunque en ellas se sienta el toque colonizado. ese de la popularización ineludible, término que hoy día es más cercano al “hazlo sonar como música gringa”, que a una real popularización local, tierna y radical de las músicas del mundo.
Porque sí.
Hay música popular y hay música pop, y aunque muchos lo saben, hacen caso omiso de éste otro tipo segmentación: para la minoría de los privilegiados, la música pop es aquella con la que crecimos, la música popular es la que se escucha en las zonas donde jamás pisamos: el campo, la sierra, las riberas abandonadas por dios y los inmaculados manglares de las áreas intermareales.
Tiny Desk es la herramienta perfecta…
… porque nos hace oscilar entre ambas caras de la moneda.
A quienes tenemos búsquedas conscientes, con la pretensión de salir de lo cotidiano y lo normal, nos brinda artistas increíbles que, aunque ya tienen también un camino recorrido, una estrategia de relaciones públicas pulsante y una disquera detrás de cada paso que dan, pareciera ser que, en éste sentido, la curación del contenido es un pequeño guiño de resistencia y, a su vez, lo mediático de alguien como Bad Bunny, Sting o Alicia Keys, cancela en automático ésta sensación.
Lo ambiguo comienza cuando, como melómanos, apreciamos absolutamente todo lo que tenga notas, melodías, métricas y arreglos.
Porque la música, dijo alguna vez algún tipejo por ahí…
La música es lo único sagrado.
Recurrí a éste blog para hablar por vez primera en éstos textos, sobre uno de los temas que están más vivos en mí.
Espero, deseo que, así como la música me mantiene a flote, las palabras, recomendaciones y mentadas de madre a sus artistas favoritos, les sirvan como un incentivo a la curiosidad, a explorar la música como un todo, más allá de sus géneros, de los prejuicios que tengamos, o las ideas que los medios nos han hecho el gran favor de construir, para que nosotros no tengamos que hacerlo.
Dejemos la flojera a un lado, sólo por hoy.
Les dejo un último Tiny de recomendación acá abajo.
Post Data:
Wákala Bad Bunny, ya ni la chigan.
Post Data Dos:
Que CHSM el América.
¡Lero lero!
Bueno ya me voy a trabajar. Los huelo a la próxima y, ya se la saben: suscríbanse, compartan, comenten, ayúdenme a acumular.
Besitos, weros.
Spiral Out.